En cuestión de un mes, he tenido la suerte de visitar dos librerías mágicas, de esas de las de toda la vida, con libreras y libreros que apuestan por la cultura y aportan a los barrios en los que están un rincón donde los niños encuentran un paraíso de historias en las que sumergirse.
Recuerdo que, cuando yo era un crío, uno de mis lugares favoritos era la librería que, semioculta en una esquina de la Calle del Espinar, abría ante mí un mundo lleno de historias por descubrir a través de sus expositores giratorios, o aquella que, un poco más arriba y en la misma calle, me permitía dejar mis viejos comic y cambiarlos por otros que aún no había leído. Era otra época.
Pero las librerías de barrio, camaleónicas y tozudas, han sabido reinventarse, adaptarse y, sobre todo, mantener ese aroma que tienen las páginas de un libro recién estrenado.
Es el caso de KIRIKÚ Y LA BRUJA, en Retiro, con Esther al frente, una mujer de esas con las que charlarías durante horas sobre literatura, apasionada en su trabajo, incansable y con las ideas en constante ebullición.
Y la librería LAUREL, en Vallecas.
Qué puedo decir de Loli y Alfonso, seres maravillosos al servicio de los pequeños lectores, comprometidos y sabedores de que el esfuerzo crea semillas que darán sus frutos capaces de dejar huella en un barrio que siempre ha llevado la cultura por bandera.
A todos ellos, libreros y libreras, gracias, porque hacéis del mundo un lugar mejor y porque poseéis tesoros que son, como lo eran para mí cuando era un crío, los espacios preferidos de niños y niñas que os recordarán de por vida.